Hablar de Ricardo Antonio La Volpe es relatar historias de un ícono de la dirección técnica, de un guerrero que ganó muchas batallas, pero que siempre estuvo a un disparo, a un golpe, a una estocada de vencer en la guerra, pero no de una guerra común, pues de haber vencido en ella, su nombre estaría inscrito en letras doradas como un legado imborrable de nuestro fútbol
Y es que tal vez la pelota fue injusta con “El Bigotón”, pues no podemos dudar que trabajó por dejar un estilo propio que lo caracterizara y que incluso su personalidad que dividía tantas opiniones llegó a ser una de sus grandes fortalezas.
Como americanistas, pero sobre todo como amantes del fútbol, no podemos ser indiferentes ante tales relatos, pues nadie estuvo más cerca de darle gloria al Atlas, cuando ante un Nemesio Díez con fotógrafos en el campo, en una maldita tanda de 11 pasos, Erubey Cabuto detenía el disparo de Fabián Estay, ese equipo rojinegro aruño el cielo y lo soltó, la entrada a las puertas de la gloria, de pronto cerraron en sus caras.
Años más tarde de forma merecida o no, el destino pondría en sus manos el timonel tricolor, siendo la Copa del Mundo en Alemania 2006 el escenario perfecto para enfrentar a la histórica Argentina. Un equipo tricolor fuerte, con personalidad que nunca bajó la cabeza, que nunca se achicó, que soñaba con la historia y alcanzar ese quinto partido, lleno de una ilusión arrancada de una forma que hasta parece cruel, si se recuerda la obra de arte de Maxi Rodríguez que despertó a un país esperanzado en lograr la hazaña.
Si nos quedase alguna duda de lo cercano que estuvo Ricardo Antonio de lograr hazañas memorables y dignas de la inmortalidad, basta con recordar esa Navidad, ese 25 de diciembre de 2016, donde segundos, instantes, efímeros respiros, separaron a las Águilas del América de coronarse en su Centenario.
Con un equipo fuerte, que ganaba incluso sin brillar, pero con personalidad, que sabía de su grandeza y de la magnitud de lo que se jugaba, que imprimía en su juego esa dualidad propia de la personalidad de quien lo dirigía, pero que en esa fría y obscura noche de diciembre en San Nicolás, sería detenida, cuando ya acariciaba el ansiado título.
Ahora que la carrera se acabó y que las corbatas de dragones se irán al perchero y que las cábalas en el banquillo se terminaron, recordar nos hace reflexionar y pensar en el maldito “hubiera”, si el Atlas hubiera sido campeón, si la Selección Mexicana hubiese vencido a Argentina y llegado al anhelado quinto partido, o bien, si esa final navideña se hubiera pintado de azulcrema, ¿qué lugar ocuparía La Volpe en nuestra historia?
Si aún con sus números fríos y pobres podemos admirarle, de haber logrado esas hazañas, tendríamos que venerarle.