Todo empezó detrás de un balón el 25 de Mayo de 2002, un día antes de disputarse la final de vuelta entre América y Necaxa.
En una calle al sur de la Ciudad de México, Pedrito jugaba una cascarita con sus amigos de la cuadra, recibió el pase de su primo Juan, lo mató de pecho y clavó la bola entre las dos piedras que formaban la portería de su amigo Fer – ¡Golazo del “Bam-bam” Zamorano! –
Pedrito le dio la mano a Fer, que se había lanzado intentando atajar el balón, y lo levantó del suelo, lo miró y le dijo: – Gol del Bam-bam, mañana remontamos en casa, ¡quiero ver a mi América campeón, ya nos toca!, Fer sonrió deseándolo, pero con cierta incredulidad en su expresión, – ¡Espero con ansias ir con mi Papá al Azteca y ver al América campeón! Nos vemos Fer. Pedrito se fue andando con el balón en mano. Al igual que todos los amigos de su edad, había crecido viendo a diversos equipos ganar campeonatos, pero no a su América que atravesaba una larga sequía de 13 años sin tocar la gloria mismos que Pedrito tenía de edad; un día después, para ser exactos el domingo 26 de mayo de 2002, el fútbol y su amado equipo amarillo habrían de darle uno de los más dulces regalos, aquel día habría de saborear la dulzura de un campeonato por primera vez. Llegó al Azteca, a su cita con la felicidad, en su cabeza no había más resultado que la remontada y así fue, Christian Patiño al 59’ cerró la pinza y armó el primero, tres minutos más tarde la “cascarera” profecía de Pedrito se cumpliría, al minuto 62’, Zamorano clavó el empate – ¡Gooool del “Bam-bam”, papi! – gritó nuestro peque al abrazar eufórico a su padre.
En tiempos extra y con gol de oro, un centro desde la esquina y el “Misionero” Castillo con remate de cabeza llevaba a Pedrito y a todo el Estadio Azteca al éxtasis. El sueño de Pedrito se había logrado.
Aquel día fue para el Doctor Pedro Rivera uno de los más felices de toda su infancia, hoy ese niño que lleva dentro recuerda aquellas tardes de fútbol en el barrio, los goles marcados en las cascaritas, los partidos en el Azteca acompañado de su familia, las alegrías que le ha dado el fútbol, mientras trabaja en el hospital para remontar las adversidades que esta Pandemia representa.
Con la misma fe que tenía en aquella remontada de su equipo azulcrema a sus 13 años, hoy, aquel niño trabaja fuerte con todo el equipo sanitario para salir campeones de esta crisis, para ganar un partido muchísimo más importante que ese que recuerda con tanto cariño.
Pedro tuvo en su infancia un sinfín de héroes vestidos de amarillo y azul, hoy le toca a él en otra cancha y en circunstancias distintas ser uno de nuestros héroes, esos que sin llevar capa o sin tener un número en el dorsal están salvando vidas, esos héroes queridos que merecen la ovación no de un estadio pletórico, tampoco de un país, pero sí del mundo entero.
Cuidemos a nuestros niños hoy, ellos son, los héroes de nuestro mañana.
Desde Linaje Águila les deseamos un ¡Feliz día del Niño!