“Que Dios bendiga a todos los que le hicieron daño a este equipo”.
La verdad nunca le había puesto atención al descenso.
Era la última jornada de la temporada regular 1995-1996. Esa temporada Luis García anotó 17 goles, Biyik 16 y Zague 9. Teníamos al alemán Maurizio Gaudino, al italiano Marco Rossi, al colombiano Harold Lozano y claro, a Kalusha. Cuauhtémoc ya con el número 11 seguía dando destellos de su próxima historia.
En cuartos de final eliminaríamos a Cruz Azul con goles de Biyik y Luis García, pero lo más recordado de esa eliminatoria es la increíble falla de Kalusha ante la portería vacía. Luego nos eliminaría Necaxa en semifinales con goles de Luis Hernández y Ricardo Peláez. Los Rayos que conquistarían el bicampeonato en una final polémica ganándole al Celaya por el reglamento, ya que empataron 1-1 en la final.
Era la temporada 95-96, la última de los torneos largos.
Nunca le había puesto atención al descenso. Yo tenía apenas dos años viviendo en Nuevo León. Recuerdo ver llorar a mis vecinos de la cuadra. Escuchaban el clásico regio por la radio a todo volumen, se juntaron como de costumbre afuera de una casa a asar carne con sus playeras de Tigres. Todos eran del equipo de la Autónoma, “nos fuimos al infierno” se decían unos a otros.
Cabizbajos escuchaban las palabras de Roberto Hernández Jr. con la voz quebrada: “Se acabó, Monterrey ganó. Tigres de la Autónoma de Nuevo León está en segunda división. Que Dios bendiga a todos los que le hicieron daño a este equipo”. Como para rematar, se escuchaba desde el sonido del estadio la canción “Se fue” de Laura Pausini.
A partir de entonces comencé a prestarle atención al descenso. Al final de cada temporada regular, como americanista siempre estuve preocupado por saber en qué lugar íbamos a calificar a la liguilla, pero con morbo atendía lo que sucedía en la parte baja de la tabla. Se jugaba el descenso con otra emoción, con la adrenalina que te genera el instinto de supervivencia. Nunca sabremos lo que sentían esos equipos que descendían y coqueteaban con el infierno. Nunca supimos gracias al famoso porcentaje de 3 años, mucho menos ahora que no existe más esa división. Nunca lo sabremos y para nosotros está bien.
Pero no está bien porque nos quitaron esa otra liguilla, las batallas a ganar o morir, la eliminación en lo más bajo de la tabla. Esa que veíamos siempre desde arriba con morbo y desdén, a veces con una especie de empatía y ternura por los que se iban.
Recuerdo que me acerqué con el vecino con el que más me llevaba, a darle una palmada en la espalda. Le dije que ojalá pronto regresaran a primera división para competir contra el América. Lo invité también a disfrutar, por mientras, las típicas victorias del América contra los Rayados. No lo sabía, pero con esas palabras estaba profetizando la rivalidad que íbamos a tener contra ellos, los descendidos, y contra los otros, los regios de azul y blanco.
La verdad, nunca le había puesto atención al descenso.
Hoy que ya no existe, tengo una especie de nostalgia por todo lo que significaba. Y es que, uno nunca sabe lo que tiene, hasta que lo pierde.
Hoy reconozco lo necesario que era ese drama.
Que Dios bendiga a todos los que nos quitaron ese valioso infierno.