Esta semana es muy importante para el americanismo. Es por eso que he decidido contarles mi historia:
Unos cuantos días después de que América perdiera la final del Centenario, me diagnosticaron cáncer.
Era el comienzo del año 2017, había indignación en un gran sector de la sociedad por el gasolinazo e incertidumbre por la devaluación del peso. Dos temas que hoy en día se mantienen vigentes. Poco ha cambiado.
Fue algo devastador en ese momento. Difícil de asimilar hasta la fecha. Ver a la familia triste y desesperada, recibir cientos de mensajes de ánimo y escuchar todo lo que pasaría en mi cuerpo durante las semanas siguientes, tan sólo un par de días después de la cena de año nuevo.
Por supuesto, no quería ver a nadie. Entre menos supiera del mundo exterior era mejor. Me concentré 100% en el tratamiento intensivo. La idea era atacar el tumor lo más rápido posible. Aunque eso significara menos tiempo de recuperación entre cada sesión.
Hubo un momento durante todo ese tiempo que pensé en renunciar, pues cada quimio dejaba efectos secundarios más complicados y terminaba con mis ganas de continuar.
Fueron en total 20 quimioterapias en 4 meses.
Justo después de la segunda ronda, recibí una llamada donde me invitaban al Club América para ver el entrenamiento y, posteriormente, cenar con los jugadores en el hotel de concentración. Aunque me hubiera gustado vivir esta experiencia en mejores condiciones, sabía que no podía desaprovechar esa oportunidad. Me había quedado claro que nadie tiene por seguro el día de mañana.
Primero, en Coapa, pude saludar a cada uno de los jugadores. Era una época difícil para el equipo. Aquella final contra Tigres había dejado un ambiente desalentador. Ya se escuchaba al respecto de una posible salida de Lavolpe y la baja de juego de varios integrantes. Ese torneo ni siquiera pudimos calificar a la Liguilla y Chivas saldría campeón…
Fue en la cena cuando nos enteramos que la jornada de media semana se había cancelado por la huelga de árbitros. ¡Vaya suerte! Iba a estar como invitado especial en ese juego contra Necaxa. Así que tenía que aprovechar mi tiempo con ellos.
En la mesa estuve junto a William Da Silva y Cecilio Domínguez. Con el primero platiqué más porque al segundo poco le pude entender. El brasileño es un ferviente seguidor de Dios y me hizo reflexionar sobre el lado positivo de todas las cosas.
Tuve mi oportunidad para decirles que la gloria era difícil de alcanzar. Cuesta, duele, arde y no se le entrega a cualquiera. Qué muchos de nosotros hubiéramos querido estar en su lugar para luchar por estos colores dejando hasta la última gota de sudor.
Sólo se los recordé, porque en el fondo es algo que todos ellos saben, pues antes de todos los millones y los lujos, fueron personas comunes y corrientes con sueños e ilusiones.
Al final de la cena, todos me firmaron una camiseta que ahora se encuentra en la entrada de mi depa. Y cada que abro la puerta, me recuerdo a mi mismo que una de las cosas que más amo en este mundo estuvo presente en el momento más complicado de mi vida: El Club América.
Tendrás días buenos y días malos. Serás reemplazado una, dos o tal vez 100 veces. Pueden mentirte, romperte el corazón o hacerte sentir que todo tu esfuerzo no valió la pena. Pero debes tener presente que hay muchas personas a las que les gustaría estar en tu lugar. Y no dudarían un solo segundo en hacer frente a tus problemas.
La vida es una sola. Ten el coraje para salir adelante las veces que sean necesarias, aunque el panorama no te favorezca.
Cada gol une al mundo. Ahora estoy bien y listo para apoyar en un clásico más. ¡Vamos América!
#ReyArturo 👑
