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Linaje Águila

zam

Tenía 8 años y ese día estaba con mi familia en un evento religioso. Lo recuerdo bien porque era sábado y a nadie le importaba la final que el América iba ganando desde el partido de ida 3-2.

No veía la hora de salir del evento. No pude más y me escapé a ver si alguien tenía noción del partido, según mis cálculos ya debería estar terminando y el América se estaría coronando nuevamente. Pero solo a mí me importaba. Nadie hablaba de la final.

Mientras caminaba buscando respuestas me caía el veinte de cómo me empezó a interesar el América. Recordé algunos domingos al mediodía en la casa, cuando ponían el futbol y disfrutaba esas historias que parecían películas: golazos, golpes, sangre, atajadas y euforia colectiva.

En mi casa no son muy futboleros pero esas historias se me quedaron grabadas porque gracias a ellas mi mente de niño fusionaba la fantasía con la realidad, me emocionaban esos cuentos protagonizados por 22 soldados que buscaban la gloria mientras sus tribus los alentaban a muerte.

En una cancha que me parecía infinita esos gladiadores no usaban espadas y tenían nombres de personas reales como Adrián Chávez o Jesús Eduardo Córdoba que era oriundo de mi rancho donde todos hablaban de él, porque era la más cercana evidencia de que sí se puede lograr cosas grandes. Él y Salma Hayek nos lo mostraron a todos los paisanos.

En fin, seguía buscando noticias o alguna señal que saciara mi apetito futbolero: necesitaba saber cómo habían quedado los azulcremas que eran héroes para muchos y villanos para todos los demás.

La taquicardia aceleraba mis pasos ignorando el porqué.

Ya no se si fue el destino o pura casualidad pero por fin me encontré con un par de chavos futboleros. Uno le decía al otro que habían ganado los Pumas. No le iban a ninguno pero les daba gusto la derrota del América. Se reían en forma de burla y yo no entendía bien qué pasaba.

Me hice pato mientras me alejaba de ellos y de la demás gente hasta que ya no pude caminar. Recuerdo bien clarito que me sentí como zombie por primera vez en la vida.

La mente en blanco y las imperativas ganas de mandar todo al carajo.

En ese momento no lo supe distinguir pero claramente era mi primera tristeza futbolera. Esa suma de decepción, impotencia y vergüenza que te ataca cuando pierde tu equipo. No lo vi venir pero ya estaba sufriendo la derrota del Ame, la primera derrota de muchas. Y sin saberlo, estaba habilitando un nuevo sentimiento, una nueva pasión que me iba a acompañar a todos lados.

Y fue entonces que en una forma tácita y definitiva decidí ser azulcrema.

Me identifiqué con las águilas y desde entonces no he titubeado en decir: “Hola, soy zam y le voy al América”.

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